Madrugada sangrienta en Ministro Rivadavia

Un adolescente fue asesinado a balazos y otras tres personas resultaron heridas en un ataque sin señales de robo. Ocurrió en una esquina de Ministro Rivadavia y los agresores escaparon en una camioneta blanca.

Policiales 29/07/2025
NOTA

Fue en el cruce de Juan García y Vucetich, en esa hora ambigua donde la noche ya no es noche y el día todavía no empezó. El domingo amanecía en Ministro Rivadavia con silencio barrial y calles frescas de humedad, cuando una camioneta blanca irrumpió en la escena. Bajaron tres hombres armados. No preguntaron nada. Dispararon.

Cuatro personas quedaron en el piso. Una de ellas, un chico de 17 años. Su nombre era Ricardo Daniel Ramírez. No llegó con vida al hospital. Los otros tres —Juan Ramírez, de 52; Sebastián Correa, de 36; y Jonatan Ramírez, de 22— fueron trasladados como pudieron a centros de salud del distrito. Todos con heridas de bala, todos con la misma pregunta: ¿por qué?

Desde el primer momento, los investigadores descartaron que se tratara de un intento de robo. No hubo forcejeos. No se llevaron nada. No hubo amenazas previas. Solo tiros. Lo que quedó en el lugar fueron vainas, gritos y una camioneta que se perdió por las calles del conurbano como si ya conociera el camino de huida.

Ricardo murió en el Hospital Oñativia. Juan Ramírez, con un balazo en la zona lumbar, fue derivado al Meléndez. Sebastián recibió un tiro que le atravesó el estómago y pelea por su vida en la misma institución. Jonatan, con heridas en los muslos y el brazo izquierdo, fue atendido en la UPA N°5. Cuatro hombres, una familia probablemente, baleados en cuestión de segundos.

 

La sombra que nadie nombra

Ministro Rivadavia es una barriada semi rural, no suele ser tapa de crónicas policiales pero los vecinos tienen rumores. Cuando una camioneta blanca aparece a esa hora, todos intuyen que no es por casualidad. Y cuando alguien cae, todos entienden que lo que se puso en juego no fue una billetera.

No hay datos oficiales sobre las motivaciones. Solo certezas del territorio. Un ataque directo, planeado, sin robo ni fuga desesperada. La Suran blanca con patente que termina en 345 no apareció. Los agresores tampoco. Pero dejaron un mensaje que aún nadie termina de decodificar.

Hay crímenes que desnudan la lógica del conurbano profundo: lo que no se dice, pero se padece. Un chico que no llega a los 18 años. Tres hombres más heridos. Cuatro vidas partidas por un hecho sin nombre. El barrio que calla. La justicia que busca. Una camioneta, armas automáticas, precisión y retirada. No fue una riña, no fue un robo, no fue un accidente. Fue un ajuste. Una marca. Un mensaje que no necesita palabras.

Y aunque la policía ahora peina la zona, pregunta, junta pruebas y sigue cámaras, la verdad —como casi siempre— circula por otros canales. Porque en el conurbano, a veces, la ley que manda no es la del Código Penal, sino la del miedo, la del plomo y la del silencio compartido. No todo hecho criminal es un hecho de inseguridad. Hay leyes no escritas, de venganza vueltos, por pasiones, negocios o tramas sucias.

 

 

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