
El asesinato de Brenda, Lara y Morena no fue un hecho aislado: nació en las villas de la Ciudad de Buenos Aires, donde una banda amateur buscó expandirse hacia el Conurbano.
La investigación por el triple crimen de Florencio Varela sumó una nueva hipótesis: una testigo declaró que el principal acusado mantenía una relación sentimental con Lara Gutiérrez, una de las víctimas. El dato reconfigura la causa y deja al descubierto un circuito de fiestas privadas, drogas y vínculos que van más allá de la venganza narco.
Policiales 06/10/2025Una trama que se hace más compleja
La historia judicial del triple crimen de Florencio Varela acaba de girar sobre sí misma. El fiscal Adrián Arribas, que sigue la causa, recibió una declaración bajo reserva que puede alterar todo el mapa de responsabilidades.
La testigo, vecina del entorno de las víctimas, aseguró que Lara Gutiérrez (15) mantenía una relación sentimental con Tony Janzen Valverde Victoriano, alias Pequeño J, principal acusado y líder de la banda que —según la hipótesis inicial— actuaba en el circuito narco de las principales villa de la Ciudad de Buenos Aires (1 11 14 de Bajo Flores y Villa 21-24 de Barracas).
“Ellos eran novios, se veían en secreto porque él tenía pareja y convivía en La Matanza”, relató. La versión se sostiene con fotos y mensajes recuperados de los celulares peritados. Además Lara también tenía novio. De ser cierta, el crimen podría habría tenido un componente personal, algo que hasta ahora no se había considerado.
Hasta hace unos días, la fiscalía manejaba un solo eje: la sospecha de una narco venganza por el robo de tres kilos de tusi. Pero el relato de la testigo abre otro escenario: el de los celos, las traiciones y los negocios superpuestos en un mundo donde el poder, el dinero y los cuerpos se mezclan sin fronteras claras.
Fiestas, drogas y una red más grande
La joven testigo declaró haber conocido a Brenda del Castillo (20), Morena Verdi (20) y Lara Gutiérrez en los monoblocks de La Tablada, donde —según describió— varias chicas del barrio, incluyéndose ella ejercían la prostitución y frecuentaban fiestas privadas en quintas del Conurbano. “Había paraguayos, peruanos y argentinos. Corría el alcohol, el tusi y la cocaína.
Las fiestas duraban un día entero. Nos pagaban bien: plata, regalos, perfumes, ropa”, dijo con tono neutro, casi como quien ya perdió la capacidad de asombro.
Entre los nombres que mencionó aparecen Matías Agustín Ozorio (28), detenido en Perú y considerado el lugarteniente de Pequeño J, y Freddy, un ciudadano peruano que habría actuado como nexo entre los organizadores y las chicas. Según la testigo, Pequeño J era “amigo de todos” y solía moverse con naturalidad entre los hombres que controlaban la red.
El testimonio también sumó un elemento inquietante: Lara habría actuado en ocasiones bajo la modalidad de “viuda negra”, robando a clientes que conocía en las fiestas y con los cuales pactaba nuevos encuentros. Esa práctica, habitual en los márgenes del delito, podría haberla puesto en la mira de quienes no perdonan una traición.
Sin embargo, para los investigadores, el nivel de violencia del triple crimen —con torturas y entierros clandestinos— excede por mucho el castigo de una red criminal narco, no porque no sean crueles, si no porque semejante brutalidad llama demasiado la atención de las autoridades.
“Esto no fue un ajuste de cuentas típico. No hay droga incautada, ni dinero, ni el tipo de ejecución que se ve en el narcomundo. Acá hubo algo más”, deslizó una fuente judicial.
Lo que no encaja
El fiscal Arribas confirmó que “sí, esa reunión existió” refiriéndose al encuentro entre Lara y Pequeño J días antes de los asesinatos. Las imágenes de una cámara en el barrio porteño de Flores muestran a ambos caminando juntos. Ese dato, junto con la declaración de la nueva testigo, podría explicar por qué Lara fue el blanco principal y sus amigas víctimas colaterales.
Hasta ahora, nueve personas están detenidas. Los primeros cayeron lavando sangre dentro de la casa de Villa Vatteone donde hallaron los cuerpos enterrados. Luego, las detenciones se extendieron a Bolivia y Perú. Pero pese a la cantidad de arrestos, los roles siguen difusos. “Todavía no podemos determinar quién hizo qué. Esto ocurrió dentro de una vivienda, y nadie declara sobre lo que pasó adentro”, admitió Arribas.
El supuesto robo de los tres kilos de tusi, que parecía explicar el móvil inicial, hoy va perdiendo relevancia. Los movimientos posteriores de los acusados y las pruebas tecnológicas muestran que la red siguió operando. “Si hubieran querido castigar un robo, no lo hacían así”, dice una fuente policial.
En el mundo narco, la violencia existe, pero suele ser calculada: de improviso, varios disparos y la huida del sicario en las tinieblas de las calles para dar una advertencia o impartir justicia retorcida, pero rara vez una masacre tan sádica. “Muy ruidoso”, aseguraron fuentes judiciales.
Lo que ocurrió en Varela fue otra cosa. Un crimen tan brutal que rompe el manual del delito: demasiada sangre, demasiada exposición. Un mensaje que intimida pero atrae todas las miradas de las autoridades e incluso otras bandas se cuidan de no quedar pegados al asunto.
La trama que desborda al expediente
La investigación se mueve ahora en varios frentes: nuevas declaraciones, análisis de ADN y el seguimiento del circuito económico de los implicados. Pequeño J sigue detenido en Perú a la espera de su extradición. Ozorio ya fue trasladado a la Argentina y se negó a declarar.
En los barrios se comenta entre murmullos. Nadie desconoce los códigos de esos entornos, pero todos coinciden en algo: esta vez el límite se corrió demasiado.
Las familias de Brenda, Morena y Lara siguen pidiendo justicia. Lo hacen sin estridencias, en silencio, frente a una causa que se vuelve cada vez más compleja. Entre ellos y el expediente hay una distancia enorme: la que separa el dolor cotidiano de los papeles judiciales.
La versión del noviazgo entre Pequeño J y Lara abre un nuevo mapa de relaciones: celos, traiciones y negocios que se cruzan en una trama donde se mezclan roles entre víctimas y victimarios. El caso ya no se lee solo como una historia de narcotráfico o trata, sino como una radiografía del poder difuso que opera en los márgenes. El expediente sigue abierto y se abren más interrogantes.
La declaración de una testigo con identidad reservada pone en duda el móvil narco y abre la hipótesis de una trama de vínculos cruzados entre sexo, drogas y poder.
Los peritajes de celulares y audios podrían definir si hubo crimen pasional, ajuste o una red más compleja que combina trata, drogas y poder local.
El asesinato de Brenda, Lara y Morena no fue un hecho aislado: nació en las villas de la Ciudad de Buenos Aires, donde una banda amateur buscó expandirse hacia el Conurbano.
Victoriano Tony Janzen Valverde, alías "Pequeño J", presunto ideólogo del brutal homicidio de Morena Verdi (20), Brenda Del Castillo (20) y Lara Gutiérrez (15) era buscado desde el 24 de septiembre.
La Justicia emitió un pedido de captura nacional e internacional para Tony Janzen Valverde Victoriano, de 20 años. Su imagen fue dada a conocer ante la posible intención de huir del país. También buscan a su mano derecha.
A menos de una semana de la búsqueda de Brenda, Morena y Lara, la Policía halló los cuerpos dentro de una casa deshabitada que fue alquilada por un grupo narco.
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