
El sistema de monitoreo del Centro Operativo de Esteban Echeverría permitió detener a un hombre armado que intentó escapar en moto. Llevaba estupefacientes listos para la venta. La secuencia quedó registrada en tiempo real.


Once allanamientos en simultáneo permitieron desarticular una organización que operaba con estructura familiar y vendía cocaína, paco y marihuana en barrios del oeste y sur del Gran Buenos Aires. Ocho detenidos, entre ellos su jefa: una mujer de 46 años apodada “La Vieja”.
Policiales 20/07/2025
La persiana de chapa tenía el óxido exacto para pasar desapercibida en cualquier calle del conurbano profundo. Nadie imaginaba que, detrás, latía un pequeño emporio del narcomenudeo con lógica familiar y voz de mujer. La que mandaba no usaba armas ni gritos: bastaba su gesto para que los demás supieran quién cortaba la merca y a quién se le fiaba el paco. La llamaban “La Vieja” y durante años tejió una red de venta de drogas que alcanzó puntos estratégicos del oeste y sur del Gran Buenos Aires. Hasta que la red se tensó de más.
El final llegó con once allanamientos simultáneos, coordinados en secreto por fuerzas policiales y judiciales que venían siguiendo los pasos de la banda con sigilo quirúrgico. El operativo permitió detener a ocho personas —cinco hombres y tres mujeres— entre ellas, a la líder de 46 años, una figura conocida en el barrio por su andar discreto y una mirada que pesaba más que cualquier revólver.
Un imperio discreto
La organización funcionaba como un tejido casero: sin grandes lujos, pero eficaz. La droga —cocaína, marihuana y especialmente paco— se movía en pequeñas cantidades, ideal para el reparto barrial. Algunas entregas se hacían “puerta a puerta” con códigos aprendidos en la cocina, otras desde puntos fijos disfrazados de casas comunes. Entre los detenidos hay personas de distintas edades, incluida una mujer de 29 años y un hombre de 25, que ya habían sido señalados como “repartidores” en otras causas.
Uno de los rasgos más llamativos del caso es la composición “familiar” de la red: había vínculos de sangre, pero también lealtades tejidas en la pobreza. Varios de los acusados son de nacionalidad boliviana, y compartían techo y silencio. Lo que los unía no era solo la ganancia: era la certeza de que, si alguien hablaba, “La Vieja” lo sabría.
Durante los allanamientos, se secuestraron dosis listas para la venta, elementos de fraccionamiento, dinero en efectivo y celulares que ahora están bajo peritaje. Pero lo más importante fue romper el entramado: la red venía expandiéndose hacia barrios más periféricos, donde el paco encuentra terreno fértil en adolescentes sin rumbo y cocinas apagadas hace rato.
Lo que queda, tras la caída de “La Banda de la Vieja”, es el silencio denso de los pasillos. Las casas siguen donde estaban, con ventanas tapiadas y perros flacos en las rejas. Pero algo se quebró: ya no hay mandado que salga a buscar "lo de siempre", ni ojos que custodien desde la esquina.
La historia, como tantas en el conurbano, no termina con un final feliz. Pero esta vez, por lo menos, alguien soltó la soga del barrio que venía apretando hace años.

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