Crimen en Lanús: una mujer fue asesinada a golpes y cayó su hijo

Ocurrió en Villa Obrera. Mérida Rolón tenía 73 años y fue hallada sin vida en su casa, con lesiones severas en el rostro. El principal sospechoso es su hijo de 47 años, que no huyó ni se resistió. La justicia investiga su estado mental.

Policiales 23/07/2025
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Nadie abre la puerta esperando la muerte. Y sin embargo, en una casa modesta de Villa Obrera, Lanús, la escena fue irremediable: una mujer de 73 años yacía sobre su cama con el rostro destruido a golpes. Era Mérida Bernardina Rolón, jubilada, vecina conocida del barrio, silenciosa, amable. La encontraron sin vida. A su lado, su hijo de 47 años. No huyó. No dijo nada. Solo estaba ahí.

El crimen estremeció al barrio y activó todas las alarmas. El llamado al 911 llegó en la tarde del lunes, con la precisión que otorgan las tragedias: alguien había dejado de responder. La policía entró y encontró el cuerpo. La muerte no fue accidental. Tampoco espontánea. Fue brutal. Repetida. El rostro golpeado. Las pericias lo confirmarían horas después: homicidio.

El hijo fue detenido en el acto. No opuso resistencia. No intentó escapar. No supo explicar. Solo estaba en la escena. Los oficiales, curtidos de historias, no pudieron evitar ver lo evidente: algo no encajaba en ese hombre, ni en su mirada ni en su quietud.

No había signos de ingreso forzado ni elementos faltantes en la vivienda. La escena era cerrada y el vínculo directo. Por eso, la carátula se orientó rápidamente a “homicidio agravado por el vínculo”. El fiscal Oscar Maidana, de la UFI N°8 de Lanús, tomó el caso y ordenó las primeras medidas: autopsia, pericias forenses, entrevistas a vecinos y una evaluación psiquiátrica urgente del sospechoso.

La salud mental del detenido aparece como el eje que puede explicar lo inexplicable. Algunos vecinos, con la mezcla de pudor y temor que dan estos casos, dijeron haber notado “actitudes extrañas” en él. Lo veían poco, hablaba menos. Vivía con su madre, pero casi como un huésped sin diálogo.

En el barrio, la consternación fue inmediata. “Mérida era una señora educada, tranquila, de las que saludan siempre”, comentó una vecina. Nadie recuerda discusiones ni conflictos. Nadie imaginó que el mal podía vivir en silencio dentro de esas paredes.

Mientras la investigación avanza, el caso vuelve a poner en foco un problema recurrente: los crímenes intrafamiliares con posibles causas psiquiátricas. ¿Cuántos vínculos se tensan hasta quebrarse sin que nadie lo advierta? ¿Cuántas enfermedades mentales permanecen invisibles hasta que el daño es irreversible?

La justicia deberá determinar si el acusado comprendía la criminalidad de sus actos. Si se demuestra que no, no enfrentará una condena penal, sino una internación en el sistema de salud mental. En ese caso, no habrá juicio en sentido clásico. Pero sí quedará una pregunta más grande: ¿quién cuida a quienes viven con personas que no pueden cuidar de sí mismas?

Mérida murió en su casa, en la habitación donde dormía, en el mismo espacio donde compartía días con su hijo. Murió a golpes. Y no fue un ladrón, ni un extraño, ni una banda. Fue alguien que conocía cada rincón de su vida. En Villa Obrera, el dolor se mastica en silencio, como todo lo que ocurre dentro de las casas. Afuera, el barrio sigue. Adentro, una historia se rompió para siempre.

 

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