Anticipan un diciembre negro para el consumo masivo

Con salarios planchados, empleo en caída y precios que no frenan, el comercio advierte un cierre de año crítico. Supermercados sin margen y almacenes de barrio como refugio dibujan el mapa de una economía real que no cierra.

Actualidad 30/09/2025
NOTA

Economía real en alerta

 

 

La timba financiera puede marear con cifras de dólar y bonos, pero lo que termina moldeando el humor social es otra cosa: la economía real. Y en ese terreno, diciembre —históricamente el mes que salva las cuentas del año con ventas impulsadas por fiestas, reuniones y vacaciones— se perfila como un diciembre negro. 

 

El derrumbe del consumo ya golpeó en 2024 con caídas históricas y para este año nadie en el sector se anima a prometer un repunte.

 

Los números son claros. Los grandes centros de compra cerraron 2024 con desplome del 13,9% y una baja del 17,9% en diciembre. La medición actual apenas muestra una recuperación del 1,2% en el primer semestre de 2025 y las proyecciones apuntan a un 2% anual. 

 

Una suba mínima que no alcanza a compensar salarios congelados, pérdida de empleo y el peso creciente de servicios como transporte, prepagas, colegios y alquileres que en octubre vuelven a remarcar. La gente no compra porque no puede, no porque no quiera.

 

Los supermercados lo saben. “Un buen diciembre puede salvarte el año”, dicen en off. Pero ese diciembre hace rato que se convirtió en incógnita. Las listas de precios aparecen cada semana con aumentos que oscilan entre 2,7% y 8% en rubros básicos como aceites, yerba, galletitas o alcohol. 

 

Las cadenas se acostumbraron a perder margen antes que remarcar demasiado: stocks caros no se venden. Aun así, el consumo se achica. La confianza del consumidor cayó fuerte y las promociones de la industria desaparecieron, lo que en la práctica es un “aumento encubierto”.

 

El ingreso disponible de las familias está más acotado. Según estudios privados, está 7% por debajo de 2023, y para los sectores más vulnerables la caída llega al 10%. Esto se traduce en changuitos más vacíos y tickets más chicos. El supermercado dejó de ser el lugar de compra por volumen que había florecido en plena inflación acelerada de 2023, cuando stockearse parecía negocio. Ahora el patrón es el opuesto: comprar de a poco, con lo justo y en cercanía.

 

La redistribución del consumo hacia los comercios de barrio es la prueba más clara. El almacén gana caudal de gente aunque baje el ticket promedio. “Antes compraban 10 personas $100 cada una; ahora son 30 que compran $80”, explican. 

 

Menos poder adquisitivo, pero más clientes que buscan estirar cada billete. Los comercios chicos preparan la artillería para diciembre: la canasta navideña. En 2024 valía $5.000 con sidra, pan dulce, budín, turrón y garrapiñada. La idea es repetir el precio para no perder ese público que ya migró a la compra chica.

 

El trasfondo político también mete presión. Octubre es mes electoral y el resultado puede determinar el humor de diciembre. Si se dispara el dólar tras los comicios, el consumo difícilmente se reactive. 

 

El cambio ya está dado: los consumidores aprendieron a mirar el bolsillo más que las listas de precios. Y aunque el gobierno intente sostener con intervenciones financieras, la economía de la calle no responde a consignas ni slogans.

 

En este contexto, las grandes superficies se resignan a un cierre de año con caída de ventas. Las fábricas remarcan para cubrirse, los supermercados absorben pérdida de rentabilidad y los hogares ajustan hasta en las fiestas. El círculo perfecto de una economía que se achica en la base mientras la macro sigue jugando al borde del abismo.

 

El cierre es tan descarnado como inevitable: diciembre ya no es el mes de la abundancia sino el de la supervivencia. La timba financiera podrá dar titulares, pero el humor de la sociedad se decide en la caja del súper o en la libreta del almacén. 

 

Y si diciembre, el mes que siempre prometió salvar el año, llega vacío, lo que se anticipa no es un ajuste técnico sino un choque social. En política y economía, cuando el consumo se desploma, no hay relato que lo tape: el pueblo vota con el bolsillo y festeja, o no, con la mesa servida.

 

 

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