Cortes de luz: la desinversión de Edesur y el parche de las baterías

Vecinos de Brown pasaron más de dos días sin electricidad y protestaron en la avenida República Argentina. A la desidia de Edesur se suma la apuesta del Gobierno a un plan de baterías por USD 540 millones que promete poco y soluciona menos.

Actualidad 04/09/2025
NOTA

Una empresa inoperante

 

El barrio Esther, en el límite entre Don Orione y Ministro Rivadavia, volvió a ser noticia esta semana. No por un logro comunitario ni por la apertura de una obra, sino por la falta de luz. Dos días enteros sin suministro llevaron a los vecinos a prender fuego ramas y cortar la avenida República Argentina. 

 

La bronca fue clara: “Edesur nos dice que viene a arreglar y nunca llega. La comida se echó a perder, tenemos gente enferma que depende de la electricidad”, contó Juana, vecina de la zona.

 

La postal es cada vez más común en el conurbano sur. Los cortes ya no dependen del calor extremo ni del frío intenso. Las interrupciones aparecen en cualquier mes del año, desnudando una red eléctrica que colapsa sin aviso. 

 

En Brown, Lanús, Lomas o Quilmes, las protestas se multiplican como pequeñas tragedias cotidianas: familias que pierden medicamentos, comercios que tiran mercadería, hospitales y escuelas que se las ingenian con generadores prestados.

 

Lo indignante es la repetición. Cada protesta parece calcada de la anterior: una empresa que promete, una cuadrilla que no llega y un barrio que se organiza como puede para hacer visible lo invisible. Porque los apagones no se cuentan solo en megavatios, sino en angustias acumuladas.

 

Desinversión crónica y el negocio del parche

 

Edesur arrastra una deuda con CAMMESA que supera los 166.000 millones de pesos. En paralelo, sus inversiones anuales rondan los 169 millones de dólares, un monto muy por debajo de lo que requiere un sistema que atiende a millones de usuarios. La consecuencia es directa: subestaciones sobrecargadas, transformadores vencidos y tendidos que no se renuevan. El resultado, otra vez, se mide en barrios a oscuras.

 

La falta de inversión no es una novedad. Lo nuevo es el maquillaje. El Gobierno lanzó el programa Alma-GBA, un plan de baterías de almacenamiento eléctrico que costará más de 540 millones de dólares. Lo presentan como innovación tecnológica de punta, pero en el fondo es un parche carísimo. Las baterías no generan energía: solo almacenan lo que ya existe. Y si el sistema carece de potencia instalada suficiente, como admitió la secretaria de Energía, María Tettamanti, el problema seguirá igual. Es como poner un tanque de agua enorme en una casa sin red: útil un rato, pero inútil si no se llena.

 

Lo que hay detrás es también un negocio. Edenor y Edesur, junto con CAMMESA, administrarán los contratos de almacenamiento. Así, la misma empresa que acumula denuncias por falta de inversión será beneficiaria de un programa millonario en dólares. Privatizan la ganancia, socializan el costo: las tarifas siguen subiendo (2,9% en septiembre para usuarios de Edesur) y el servicio empeora.

 

La bronca de los vecinos de Brown ilumina algo más grande: el sistema eléctrico argentino está en emergencia permanente. Edesur simboliza la desinversión y la desidia, mientras el Estado responde con parches glamorosos que no cambian la raíz del problema. La energía, que debería ser un derecho básico, se convirtió en una ruleta: nunca se sabe si la heladera seguirá funcionando o si la bomba de agua volverá a prender.

 

El futuro no se construye con cortes que se repiten ni con baterías de marketing político. Se construye con inversión estructural, planificación y decisión de fondo. Mientras tanto, los vecinos de Brown, Lomas, Lanús o Avellaneda seguirán en la calle, encendiendo fogatas y cortando avenidas para recordarle al poder algo elemental: la luz no es un lujo, es un derecho.

 

Verano en el conurbano sur: cortes a la vista

 

El sur del conurbano llega al verano con una certeza amarga: los cortes de luz no son probabilidad, son pronóstico. Las estaciones transformadoras que alimentan a la región —Ezeiza, Lomas, Quilmes— operan al límite de su capacidad. En jornadas de calor extremo, cuando el consumo trepa por el uso masivo de aires acondicionados y ventiladores, la red simplemente no da abasto.

 

La secretaria de Energía, María Tettamanti, lo reconoció con crudeza: “el país no cuenta con potencia instalada suficiente para pasar los picos de demanda de forma tranquila”. El antecedente del invierno pasado lo confirma: en plena ola polar, miles de usuarios de Brown, Lanús y Lomas quedaron sin suministro durante días. Si con bajas temperaturas hubo apagones, con 40 grados el escenario puede ser mucho peor.

 

Los números hablan por sí solos: en marzo, una falla en alta tensión dejó a más de 600.000 usuarios sin servicio en el AMBA. El efecto dominó de un único desperfecto muestra la fragilidad del sistema. En el sur, donde las redes son más viejas y la inversión de Edesur más escasa, las interrupciones tienden a prolongarse, con barrios enteros sumidos en la oscuridad durante días.

 

El panorama se agrava porque los planes de mantenimiento son insuficientes y los equipos de respuesta suelen llegar tarde o directamente no aparecer. La desinversión acumulada se traduce en transformadores recalentados, cables que revientan y subestaciones saturadas. Los vecinos ya lo saben: cada ola de calor equivale a tirar una moneda al aire para saber si habrá luz o no.

Este verano, la prognosis es clara: apagones frecuentes, prolongados y desiguales, con el conurbano sur como principal víctima. Familias que deberán tirar alimentos, comercios que perderán mercadería y hospitales que dependerán de generadores. Pequeñas tragedias cotidianas que, sumadas, muestran un sistema que dejó de sostener a la gente y apenas sobrevive parchado.

 

Los cortes ya no son estacionales: en el conurbano sur, barrios enteros quedan a oscuras en cualquier época del año.

 

 

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