Miedo, ajuste y vértigo: fantasma de desempleo y “no hay plata”

Mientras el gobierno festeja la baja de la inflación, la mayoría de los argentinos no llega a fin de mes, el consumo se desploma y los empresarios dudan del rumbo. Milei sostiene un núcleo joven fiel, pero el malestar avanza como sombra inevitable.

Actualidad 30/07/2025
NOTA

Economía y clima social en tensión

 

La épica del ajuste tiene fecha de vencimiento. Y no porque lo diga la casta, ni porque se imponga el progresismo, sino porque lo empiezan a advertir —aunque sea entre dientes— hasta quienes apoyaron al gobierno de Javier Milei desde el primer día. La inflación baja, sí, pero el consumo se pulveriza. El dólar financiero está contenido, pero a fuerza de contratos de futuros que ya cuestan 3.600 millones de dólares. El superávit fiscal existe, pero en un país en recesión, con pymes quebradas y trabajadores con miedo.

 

Según una encuesta de Zuban Córdoba, el 63% de los argentinos ya no llega a fin de mes y el 50% tiene miedo de perder su trabajo. Esa no es una sensación térmica, es la antesala de un estallido social que aún no se materializa, pero que se respira en los barrios, en las redes y en los grupos de WhatsApp. El gobierno lo sabe, pero confía en que el vértigo juvenil que lo llevó al poder todavía le da aire. Sin embargo, los datos empiezan a mostrar que el descontento es transversal. Incluso entre los libertarios.

 

Una elite que duda y una calle que se endurece

 

La desconfianza no está solo del lado de los asalariados. En las oficinas vidriadas del poder económico también empiezan a fruncir el ceño. Empresarios que antes celebraban la motosierra ahora piden certezas: ¿va a haber devaluación? ¿Se va a liberar el cepo? ¿Podrán girar dividendos? ¿Hay un plan real o sólo marketing con gráficos de Twitter?

 

“No tengo claro cómo sigue el plan económico”, confesó sin vueltas uno de los empresarios más importantes del país. Esa frase, que hace seis meses era impensada, hoy se repite en voz baja. La city porteña ya olió sangre: el desarme de las LECAPs se volvió un boomerang y las tasas explotaron. El dólar oficial quedó atrasado y el Banco Central juega con fuego en el mercado de futuros.

 

Mientras tanto, la actividad productiva cae. La industria pyme apenas rebota porque venía de un pozo, pero el rebote no es crecimiento. Es una ilusión óptica. En este contexto, el riesgo es evidente: si el freno a la inflación se logra a costa de destruir la economía real, no hay plan que aguante. Grecia y Turquía ya vivieron esto. Y no terminó bien.

 

Jóvenes fieles, pero cada vez más cínicos

El núcleo duro de Javier Milei sigue firme: jóvenes de entre 16 y 30 años que —en su mayoría— aún creen en la narrativa de que “todo esto es necesario”. Pero incluso ahí hay matices. Sólo el 44,9% admite que no llega a fin de mes, un número menor al promedio, pero que igual debería preocupar a los estrategas libertarios. Porque no hay épica que aguante la panza vacía.

 

Los mayores de 60 son, paradójicamente, los que más predisposición muestran a la protesta. Lo mismo los adultos entre 31 y 45 años. ¿Qué significa eso? Que los que tienen hijos, deudas y empleos formales son los primeros que están empezando a perder la paciencia. 

 

No por ideología, sino por necesidad.

Y en política, cuando la necesidad se impone, los relatos se resquebrajan. No alcanza con decir que la casta se resiste, que los periodistas mienten o que el socialismo quiere volver. Hay una realidad concreta: la mitad del país tiene miedo de quedarse sin laburo. Y eso no se resuelve con likes ni con cadenas de WhatsApp. Se resuelve con política. De la real.

 

El riesgo no es perder poder, es perder calle

 

Javier Milei todavía tiene algo que ningún otro presidente tuvo tan rápido: una narrativa global, una épica disruptiva y un ejército de jóvenes que lo defienden. Pero también enfrenta algo que no se puede tercerizar: el malestar social crece y la economía real no da señales de vida. Los empresarios dudan, la clase media se empobrece, las pymes agonizan y la calle empieza a calentarse.

 

El Presidente puede seguir gritando en conferencias o insultando a sus críticos, pero la Argentina de a pie está dejando de escucharlo. Porque una cosa es bancarse el ajuste por seis meses y otra es vivir con miedo todos los días. El riesgo no es político, es antropológico: si la gente pierde la esperanza, ya no hay relato que la salve. Y cuando eso pasa, el vértigo cambia de bando.

 

 

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