Gray despertó a los intendentes ya hartos de callarse

La apertura de una lista alternativa -Unión Federal- abrió un escenario incómodo para la conducción camporista: si los barones del conurbano militan septiembre con todo y en octubre hacen la plancha, el mensaje será brutal. Quién representa y quién no, quedará escrito en las urnas.

18/08/2025
NOTA

La rebelión contra La Cámpora

 

Fernando Gray no apareció de golpe en el ring: hace más de tres años que viene advirtiendo que el peronismo se encerró en una burbuja autorreferencial conducida a dedo por La Cámpora. Ahora decidió convertir ese malestar en un hecho político: competir en octubre con lista propia, bajo el sello Unión Federal, junto a María Laura Guazzaroni (Escobar) y José Ibarra, referente sindical. 

 

El intendente de Esteban Echeverría no se corrió de la doctrina ni se disfrazó de outsider: eligió ser protagonista en un peronismo donde la lapicera se transformó en látigo y las bases territoriales quedaron reducidas a furgón de cola.

 

La bronca de los intendentes: socios invisibles de la lapicera

 

La decisión de Gray no nació de un rapto de individualismo, sino de una certeza compartida en charlas privadas: los intendentes pusieron el cuerpo contra Milei en sus distritos, bancaron la gestión de Kicillof en los peores meses y, sin embargo, fueron borrados de la boleta nacional. 

 

La lista de diputados encabezada por Jorge Taiana y bendecida por Cristina terminó de detonar la paciencia. En ella hubo lugar para Grabois, para La Cámpora, para Massa en menor medida… pero ninguno para los jefes comunales que conocen cada pasillo del conurbano.

 

La maniobra no fue ingenua: los nombres se difundieron más de 24 horas antes del cierre, lo que permitió a Gray mover rápido. El intendente habló con sus pares, con sindicatos y con armadores territoriales que mascullaban bronca en silencio. Así nació Unión Federal, una lista con acento bonaerense que no compite contra Kicillof —a quien reconocen como aliado en la gobernación—, sino contra el dedo camporista que pretende heredar poder sin discutirlo.

 

El trasfondo es obvio: la dirigencia local necesita mostrar músculo en las elecciones provinciales y municipales de septiembre. Allí sí habrá pelea a sangre y fuego para sostener intendencias y apuntalar a Kicillof. Pero en octubre, frente a una boleta nacional armada desde un escritorio y sin debate, nadie descarta que muchos jefes territoriales bajen el ritmo de campaña. 

 

La bronca no se traduce en ruptura pública, pero la plancha puede ser letal.

 

La herencia de Cristina y la incomodidad con Axel

Gray y quienes lo acompañan no reniegan de Néstor ni de Cristina: reivindican su legado, pero cuestionan que la exvicepresidenta busque convertir a su hijo en heredero natural del movimiento. 

 

“La Cámpora no es mayoría, pero pretende hegemonizar”, repiten los intendentes. Allí está el núcleo de la fractura: no se trata de ideología, sino de poder y de representación real.

 

Kicillof aparece en esta trama como un aliado a medias. Los intendentes reconocen su esfuerzo para dar respuestas en medio del ajuste salvaje de Milei y valoran que escucha. Pero le reprochan tibieza: no termina de cortar con la conducción camporista, no asume la jefatura política que muchos le piden y, en esa indefinición, deja que el kirchnerismo juvenil marque el paso.

 

El documento político que Gray difundió en 2024 ya era un anticipo: hablaba de pobreza estructural, de la pérdida de derechos y del riesgo de que el peronismo muriera de aburguesamiento. Llamaba a elecciones internas reales, con padrones limpios y sin simulacros. Reclamaba renovación y generosidad de Cristina para dar paso a nuevos liderazgos. Ese texto, que muchos archivaron en un cajón, hoy parece escrito para este momento.

 

El riesgo de un peronismo a dos tiempos

 

La jugada de Gray no es sólo una señal, es un espejo. Intendentes como Sujarchuk, Achával, Watson, Pereyra o los Descalzo acompañarn. Nadie quiere aparecer como rompefilas, pero todos saben que el enojo está. En todos. El peligro es claro: en septiembre, el peronismo territorial puede lograr victorias importantes y fortalecer a Kicillof. En octubre, si los jefes comunales hacen la plancha, la lista nacional puede convertirse en un papelón histórico.

 

El peronismo bonaerense se enfrenta a un dilema de hierro: seguir obedeciendo a una conducción cerrada sobre sí misma o animarse a abrir el juego para evitar que la bronca se convierta en deserción silenciosa. Gray eligió lo segundo. No con discursos altisonantes, sino con un gesto concreto: poner una boleta en la calle. Sin romper al Peronismo, en una “sagrada rebeldía” y contra el sectarismo político.

 

El mensaje es tan simple como brutal: si la conducción no escucha, los territorios hablarán con votos. Y en política, los votos son más ruidosos que cualquier discurso.

 

 

A full en la Provincia y el fantasma de octubre

 

La hipótesis ya circula en los pasillos del PJ bonaerense y tiene una potencia demoledora: ¿qué pasa si los intendentes juegan con todo en septiembre, logran victorias resonantes en sus distritos y apuntalan a Kicillof… pero en octubre sueltan la mano y la boleta nacional se derrumba? La señal sería inequívoca: el peronismo real, el que transpira en los barrios, es el que gana cuando interpreta la voluntad de la gente. Y la conducción que se encierra con la lapicera, es la que pierde.

 

El contraste dejaría a la vista dos fotos distintas de un mismo partido: en septiembre, intendentes y gobernadores reafirmando legitimidad, mostrando que todavía hay músculo para pelear contra Milei y sostener gestiones. En octubre, una lista nacional hegemonizada por La Cámpora sufriendo un golpe de realidad en las urnas. En ese choque de legitimidades, el mensaje sería claro: la lapicera no representa, el territorio sí.

 

Las consecuencias no son menores. Una derrota camporista en octubre abriría la puerta a la convocatoria a elecciones internas del PJ bonaerense y nacional. Pero esa convocatoria sería, en rigor, una formalidad: quienes ganaron en septiembre habrán demostrado que interpretan la voluntad popular; quienes perdieron en octubre cargarán con el costo de haber impuesto un armado sin debate.

 

En clave realpolitik, eso significa que los intendentes no necesitarían gritar ni romper públicamente: el resultado hablaría por ellos. El peronismo quedaría partido en dos velocidades. Y la conclusión sería lapidaria: la conducción que ignore al territorio está firmando su certificado de defunción, porque como decía Perón: “El sectarismo es la muerte de toda Conducción”. 

 

Los intendentes jugarán a cuchillo en septiembre por sus distritos, pero en octubre podrían plancharse frente a una lista nacional que no los representa.

 

 

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